jueves, 3 de febrero de 2022

LA TULA

 



Son las cinco de la tarde y allá va Doña Servidea, en dirección al río, recorriendo la única calle de Turisupi . Al llegar, se dirigirá al gran samán, se sentará junto a sus raíces y pasará una hora u hora y media llorando y pidiendo perdón a gritos a La Tula. Pero hoy, nuevamente, como todos los días…sólo el silencio será la respuesta.



……………………………




Se llamaba Buenaventura pero le decían
“La Tula” porque a su hermanito menor – Fabián – se le había hecho imposible decir ese nombre tan largo y enredado cuando comenzó a hablar. Le empezó a decir Tula y siendo el la niña de sus ojos, a Buenaventura le encantó el apodo que pronto fue coreado por el resto de la familia, así que “Tula” se quedó.
La Tula era alta, espigada, de piel morena, cabello ondulado abundante y ojos almendrados, grandes y expresivos. Tenía la Tula un especial atractivo que traía “loquitos” a todos sus contemporáneos, pero no se decidía por alguno, a todos los apreciaba como amigos, los trataba como hermanos y los frenaba de inmediato cuando intentaban dirigir su conversación hacia la parte sentimental. A sus 21 años nunca había tenido novio – no por falta de candidatos, se entiende -. Nunca se había enamorado.



Doña Servidea, su madre, le decía: “Tula, Tula, ya va siendo hora de que formes hogar. Tienes varios pretendientes y todos son buenos muchachos, trabajadores… No creas que van a estar esperando toda la vida por ti. Recuerda lo que decía nuestro poeta Andrés Eloy Blanco:


…ya sin color el último retoño
que le dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor llega en otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca”

“Jum, ahora es que falta para que yo sea otoñal, mamá, eso es para cuarentonas y yo no llego ni a los treinta. Sí, son buenos muchachos, pero hasta allí, son sólo amigos… no puedo verlos en forma diferente, como para tener una relación…no me veo casada con ninguno de ellos”
“Y con quién, pues?”
“Ya llegará... o me quedaré como mi tía María Isabel… para vestir santos”
“Ay, Jesús, niña” y Doña Servidea se persignaba porque eso de tener otra solterona en la familia no le hacía ninguna gracia, además de que sus mejores amigas andaban disfrutando y presumiendo sus nietos y ella… nada de nada… ni esperanzas.



Un día, sin embargo, llegó la Tula con otra mirada en los ojos. Comenzó a salir todas las tardes, mohína si se le preguntaba para donde, y eran días del canto alegre y del pasar horas en el espejo probando miles de formas de peinar diferente su cabello, para luego siempre, siempre, preferir a la final llevar suelta la hermosa melena.



Otro día se enfrentó con su mamá y le participó:
“Mamá, usted quería que me enamorara, bueno, ya pasó, y hoy comienzo una nueva vida con el hombre que amo”

¿Pero quién es?”
“Usted no lo conoce“
“¿No es de Turisupi? Porque aquí todos nos conocemos”
“Bueno… es y no es, es algo complicado”
“Bueno, tráelo a casa”
“No, mamá, hoy me voy a vivir con él”
“¿Así no más? ¿Y el matrimonio? Siquiera el de civil”
“No se puede, mamá, tiene un problema con sus documentos”
“Ay, si será un aventurero, o un hombre casado, ten cuidado, hija”
“Tranquila, mamá”



Ese día se fue la Tula de casa, con toda su ropa y ninguna otra explicación.
Venía de visita una vez a la semana, con cara de felicidad, semblante alegre, aumentó algo de peso y se la veía próspera. A Doña Servidea no le causaba ninguna gracia eso de tener un yerno misterioso e invisible, pero llegó un momento en que comenzó a acostumbrarse y dejó de acribillar a su hija con preguntas.



Una vez, sin embargo, por propia iniciativa, la Tula le dijo:
“Mamá, debo confesarle algo… Mire… Yo vivo feliz con Zentel, pero… pasa que él es un encanto”
“¡Hija, Dios te ampare!”
“Por eso le digo que es y no es de Turisupi, porque, en realidad es del río, y el río… aunque está cerca, pues… no pertenece a Turisupi. Vivimos bajo las aguas, mamá… ¿Recuerdas aquel Carnaval en que vinieron las primas de Caracas y nos fuimos al río y pasamos hasta la noche allí en una carpa? pues… fue entonces cuando nos conocimos y…bueno, mamá, me enamoré, esta vez sí. Y él, bueno, me confesó que era un encanto y bajamos por un portal hasta su mundo. Allí todo es diferente, mamá, tenemos abundancia de todo, sólo que para allá no se puede entrar ni con fósforos ni con sal”



Un rato más estuvo la Tula dándole detalles de su vida a Doña Servidea quien la escuchaba escéptica.
Al momento de irse se despidió, como siempre, con un abrazo, un beso y la promesa de volver a visitarla la siguiente semana y tomó rumbo hacia el río.



Regresó a poco de haberse ido, con el rostro desencajado, expresión de angustia y los ojos enrojecidos:
“Mamá, no encuentro el portal, no puedo bajar al mundo de Zentel, fui, como siempre, junto al gran samán, pero no se me abrió… Yo no sé vivir sin él, mamá, no sé por qué pasó esto, y ahora ¿qué voy a hacer?” Y rompió en llanto.
“Deja la angustia, hija, no creí mucho tu relato y para verificar si era cierto, como me dijiste que allí no se podía entrar con sal ni fósforos…pues…en un descuido tuyo coloqué en tu cartera una bolsita con sal”



La Tula registró la cartera, encontró la sal que batió contra el suelo con rabia, se fue corriendo en dirección al río y nunca más regresó.

Por eso, desde entonces, todos los días, siempre alrededor de las cinco de la tarde, que es la hora en que se desocupa de sus oficios, Doña Servidea, recorre la única calle de Turisupi en dirección al río. Al llegar se dirige al gran samán, se sienta junto a sus raíces y pasa una hora u hora y media llorando y pidiendo perdón a gritos a La Tula. Pero siempre, todos los días…sólo el silencio es la respuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LA TULA

  Fuente de la imagen: https://hive.blog/hive-181964/@luisfe/el-gran-saman-the-great-saman Son las cinco de la tarde y allá va Doña Servidea...