jueves, 3 de febrero de 2022

LA TULA

 



Son las cinco de la tarde y allá va Doña Servidea, en dirección al río, recorriendo la única calle de Turisupi . Al llegar, se dirigirá al gran samán, se sentará junto a sus raíces y pasará una hora u hora y media llorando y pidiendo perdón a gritos a La Tula. Pero hoy, nuevamente, como todos los días…sólo el silencio será la respuesta.



……………………………




Se llamaba Buenaventura pero le decían
“La Tula” porque a su hermanito menor – Fabián – se le había hecho imposible decir ese nombre tan largo y enredado cuando comenzó a hablar. Le empezó a decir Tula y siendo el la niña de sus ojos, a Buenaventura le encantó el apodo que pronto fue coreado por el resto de la familia, así que “Tula” se quedó.
La Tula era alta, espigada, de piel morena, cabello ondulado abundante y ojos almendrados, grandes y expresivos. Tenía la Tula un especial atractivo que traía “loquitos” a todos sus contemporáneos, pero no se decidía por alguno, a todos los apreciaba como amigos, los trataba como hermanos y los frenaba de inmediato cuando intentaban dirigir su conversación hacia la parte sentimental. A sus 21 años nunca había tenido novio – no por falta de candidatos, se entiende -. Nunca se había enamorado.



Doña Servidea, su madre, le decía: “Tula, Tula, ya va siendo hora de que formes hogar. Tienes varios pretendientes y todos son buenos muchachos, trabajadores… No creas que van a estar esperando toda la vida por ti. Recuerda lo que decía nuestro poeta Andrés Eloy Blanco:


…ya sin color el último retoño
que le dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor llega en otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca”

“Jum, ahora es que falta para que yo sea otoñal, mamá, eso es para cuarentonas y yo no llego ni a los treinta. Sí, son buenos muchachos, pero hasta allí, son sólo amigos… no puedo verlos en forma diferente, como para tener una relación…no me veo casada con ninguno de ellos”
“Y con quién, pues?”
“Ya llegará... o me quedaré como mi tía María Isabel… para vestir santos”
“Ay, Jesús, niña” y Doña Servidea se persignaba porque eso de tener otra solterona en la familia no le hacía ninguna gracia, además de que sus mejores amigas andaban disfrutando y presumiendo sus nietos y ella… nada de nada… ni esperanzas.



Un día, sin embargo, llegó la Tula con otra mirada en los ojos. Comenzó a salir todas las tardes, mohína si se le preguntaba para donde, y eran días del canto alegre y del pasar horas en el espejo probando miles de formas de peinar diferente su cabello, para luego siempre, siempre, preferir a la final llevar suelta la hermosa melena.



Otro día se enfrentó con su mamá y le participó:
“Mamá, usted quería que me enamorara, bueno, ya pasó, y hoy comienzo una nueva vida con el hombre que amo”

¿Pero quién es?”
“Usted no lo conoce“
“¿No es de Turisupi? Porque aquí todos nos conocemos”
“Bueno… es y no es, es algo complicado”
“Bueno, tráelo a casa”
“No, mamá, hoy me voy a vivir con él”
“¿Así no más? ¿Y el matrimonio? Siquiera el de civil”
“No se puede, mamá, tiene un problema con sus documentos”
“Ay, si será un aventurero, o un hombre casado, ten cuidado, hija”
“Tranquila, mamá”



Ese día se fue la Tula de casa, con toda su ropa y ninguna otra explicación.
Venía de visita una vez a la semana, con cara de felicidad, semblante alegre, aumentó algo de peso y se la veía próspera. A Doña Servidea no le causaba ninguna gracia eso de tener un yerno misterioso e invisible, pero llegó un momento en que comenzó a acostumbrarse y dejó de acribillar a su hija con preguntas.



Una vez, sin embargo, por propia iniciativa, la Tula le dijo:
“Mamá, debo confesarle algo… Mire… Yo vivo feliz con Zentel, pero… pasa que él es un encanto”
“¡Hija, Dios te ampare!”
“Por eso le digo que es y no es de Turisupi, porque, en realidad es del río, y el río… aunque está cerca, pues… no pertenece a Turisupi. Vivimos bajo las aguas, mamá… ¿Recuerdas aquel Carnaval en que vinieron las primas de Caracas y nos fuimos al río y pasamos hasta la noche allí en una carpa? pues… fue entonces cuando nos conocimos y…bueno, mamá, me enamoré, esta vez sí. Y él, bueno, me confesó que era un encanto y bajamos por un portal hasta su mundo. Allí todo es diferente, mamá, tenemos abundancia de todo, sólo que para allá no se puede entrar ni con fósforos ni con sal”



Un rato más estuvo la Tula dándole detalles de su vida a Doña Servidea quien la escuchaba escéptica.
Al momento de irse se despidió, como siempre, con un abrazo, un beso y la promesa de volver a visitarla la siguiente semana y tomó rumbo hacia el río.



Regresó a poco de haberse ido, con el rostro desencajado, expresión de angustia y los ojos enrojecidos:
“Mamá, no encuentro el portal, no puedo bajar al mundo de Zentel, fui, como siempre, junto al gran samán, pero no se me abrió… Yo no sé vivir sin él, mamá, no sé por qué pasó esto, y ahora ¿qué voy a hacer?” Y rompió en llanto.
“Deja la angustia, hija, no creí mucho tu relato y para verificar si era cierto, como me dijiste que allí no se podía entrar con sal ni fósforos…pues…en un descuido tuyo coloqué en tu cartera una bolsita con sal”



La Tula registró la cartera, encontró la sal que batió contra el suelo con rabia, se fue corriendo en dirección al río y nunca más regresó.

Por eso, desde entonces, todos los días, siempre alrededor de las cinco de la tarde, que es la hora en que se desocupa de sus oficios, Doña Servidea, recorre la única calle de Turisupi en dirección al río. Al llegar se dirige al gran samán, se sienta junto a sus raíces y pasa una hora u hora y media llorando y pidiendo perdón a gritos a La Tula. Pero siempre, todos los días…sólo el silencio es la respuesta.

ZAPATERO A SUS ZAPATOS O UN ESPECIAL DE HALLOWEEN

 






“El Negro” le decían por cariño. Nadie, en Turisupi, habría considerado este adjetivo como un insulto, menos como un acto de bullying ya que, ni se conocía el término ni se practicaba la intención de la acción. Era el tercero de los nueve hijos de una matrona viuda y, siendo la mayor una mujer, correspondióles a él y a su hermano Diego Nicolás (el segundo) responsabilizarse de la manutención de la vasta prole que dejara su padre al morir.


“El Negro” se puso de aprendiz con un zapatero, pronto supo el oficio y se independizó montando su propia zapatería en su casa.


Vale la aclaratoria que en ese entonces al decir “zapatería” no se hacía referencia al lugar donde sólo se vendían los zapatos sino donde, principalmente, los fabricaban. Todos los zapatos se hacían a mano y le había correspondido a “El Negro” ir hasta Guyana (que le quedaba mucho más cerca que Caracas) a comprar las hormas de los números de zapatos de damas más frecuentes en Turisupi. Compró del 35 al 38 y se especializó en hacer sandalias, ya que su maestro hacía sobre todo zapatos para damas y caballeros y a él le pareció nada ético hacer la competencia a quien se había tomado el trabajo de enseñarle.


De hecho, fue don Goyo quien le prestó el dinero del capital inicial y le dio la dirección del lugar donde encontraría las hormas mejores y más económicas y “El Negro” volvió a Turisupi con las hormas, un rollo grande de suela, otro de “simiricuíre” (semi cuero) y “micos y remaches” en dorado y plateado para adornar las sandalias.


Pronto se hizo de un nombre…pero también de una maña: Pasaba el día cortando, martillando, pegando y cosiendo, pero apenas daban las 6 de la tarde comenzaba a empaquetar las sandalias que iría a promocionar. Se bañaba, afeitaba (a diario), se colocaba lavanda Yardley generosamente y se iba a recorrer los tres bares de Turisupi, cada uno con su propia y particular atmósfera.


Regresaba a las tres o cuatro de la mañana ebrio como una cuba, sin las sandalias y sin el dinero producto de ellas.


Negro, sal a vender de día como hace todo comerciante, o pon un letrero acá para que la gente venga a comprar. La cosa es hacer el punto. Ya cuando la gente conozca tu trabajo vendrán solitos sin necesidad de propaganda, hasta podrás quitar el letrero.


Mamá, es que las mesoneras son mis mejores clientas, tú no comprendes


Pero Nicolás está corriendo solo con todos los gastos… se va a reventar, trabaja hasta los domingos, ha dejado de ir a Misa…anoche llegaste borracho de nuevo


Pero yo no gasté, fue que me brindaron y se me pasaron las copas… esta noche será diferente


Si te brindaron dime dónde está el dinero, Además, hay que pagar el que te prestó don Goyo para comprar los materiales


Tranquila, mamá, ya se pagará, ya se pagará


Y se pagó, gracias a los buenos oficios de Diego Nicolás quien se redobló en el trabajo para cancelar hasta el último centavo de la deuda contraída por su calavera hermano.


Una de tantas madrugadas venía de regreso

“El Negro”, esta vez del Bar El Chorrito, cuando, tambaleante y todo, entre la penumbra divisa una figura femenina que, contoneándose muy coquetamente, avanzaba frente a él.


Le lanzó unos tres piropos, pero la dama ni respondía ni se volvía aunque parecía acentuar el grácil movimiento de sus caderas.


Entre su embriaguez trató, sin embargo, “El Negro” de imaginar cómo sería su rostro. La imaginó sonriente, con el rostro señalado como el de La Cuatro Lunares que le había atendido esa noche en el bar. Apuró como pudo el paso en un esfuerzo heroico por alcanzarla. Su intento fue infructuoso, la dama se mantenía a igual distancia aun cuando parecía caminar calmadamente y él iba ya casi al trote.


Llegaron a una esquina donde resaltaba en la penumbra una casa de dos plantas, regia, señorial. La dama traspuso la reja del jardín, ahora sí se volvió y con una mano le hizo ademán de que se acercara.


Era cierta la invitación, pues había dejado la reja del jardín abierta. “El Negro” la cruzó y para ese momento ya la dama había entrado en la residencia dejando la puerta principal abierta también de par en par.


“El Negro” subió los tres amplios escalones apoyándose de la balaustrada, y traspasó la puerta. Dentro, la única iluminación provenía de un cirio encendido en una mesita rinconera. Al lado de la misma, de espaldas, al parecer contemplando fijamente un hermoso cuadro al óleo que estaba enfrente se encontraba la dama.


Pudo percibir la fragancia que utilizaba, era el famoso Champán de Caron.


Escuchó una voz femenina, dulce al extremo, pero la sintió como si le susurrara al oído


Vas a pasar las noches conmigo


Se estremeció, no sabía si de emoción, o por algo medio tenebroso que flotaba en el ambiente.


La dama se volvió lentamente y al fin pudo ver su rostro… ¡Era una calavera! Paralizado por el terror notó que la dama en cuestión comenzaba a estirarse y estirarse aumentando su tamaño en segundos.


“El Negro”, recuperando con la adrenalina la movilidad en sus miembros inferiores (léase “piernas”) arrancó en feroz carrera ya sobrio del todo.


Llegó a su casa despavorido, fue directo a darse una ducha para terminar de recuperar la normalidad, y lo ocurrido no lo contó a nadie por un largo tiempo.


…………………

La “Zapatería El Negro” es muy popular en Turisupi. Se especializa en sandalias para damas, renovando los modelos gracias a ciertas revistas a las que se ha suscrito su dueño y que le llegan de fuera del país por correo mensualmente. Tiene siempre novedades, buenos precios. Está ubicada en un local fabricado expresamente para ello al lado de la sala de la casa familiar.


Hasta de Guyana vienen a comprar sandalias allí. Es atendida por su propio dueño, afable, respetuoso, totalmente abstemio, a quien nunca más se le ha visto transitando en horas nocturnas las calles de Turisupi, aunque muy pocos saben el por qué.


MÁS QUE UN SUEÑO RECURRENTE.

 




Foto propia tomada con celular Yezz



Se llamaba Corpus porque había nacido el día de Corpus Christi, pero desde muy pequeño le decían Papito. Hijo único de una pareja que había llegado desde el lejano pueblo andino de Timotes para residenciarse en Turisupi, al morir sus padres quedó solo. Nunca se le conoció novia ni sabía él mismo si tenía parientes en alguna parte de la geografía nacional. Sí, posiblemente en Timotes. Pero ni pendiente de conocerlos, sus padres le repitieron hasta el cansancio que habían tenido que abandonar su pueblo natal debido a “una historia fea’’ y que nunca se le ocurriera ’’asomar las narices por allí’’.


Vivía, pues, Papito, solo. Hacía un mes que se le repetía el mismo sueño todas las noches: Formaba parte de una larga fila de personas, una cola tan larga que, si miraba hacia atrás veía que la misma llegaba hasta el horizonte con señas de que seguía aún más allá.


Todos los que hacían la fila tenían en la mano un papel en blanco, totalmente en blanco, pero en el sueño él sabía que el mismo tenía un número, solo que era un número invisible. Indicaba ese número el verdadero lugar que ocupaba la persona en la fila. Constantemente al inicio de la misma estaban vociferando el turno: ’’La siguiente persona es la número…’’ a la persona portadora del ticket determinado se le aparecía la cifra en el papel. De inmediato una dama alta, vestida de negro cerrado y con un ridículo antifaz le iba a buscar y le acompañaba a cruzar una puertecilla que conducía a no se sabía dónde.


En este punto del sueño gritaban un número, el mismo aparecía en el papel que tenía Papito en la mano y este, temblando de miedo y exclamando ’’No quiero irme’’ despertaba sudoroso y alterado. Un mes de mal dormir había hecho mella en su ánimo. Pensaba decirle todo esto al Dr. Nucho cuando tuviera consulta con él. Tenía ya los resultados de los exámenes de rutina que acostumbraba hacerse antes de la consulta anual. Sólo que esta vez Nucho había pospuesto la misma para dar lugar a nuevos exámenes que nunca se había realizado antes. De hecho, algunos especializados que debió practicarse en Guyana. Así que, apenas le llegó el turno entró al consultorio de Nucho. Se saludaron con afabilidad.


El Dr. Nucho revisó los resultados que tenía entre manos, frunció el entrecejo, rectificó la posición de los lentes sobre su nariz, carraspeó y le dijo: ’’Sr. Corpus, usted… imagino que vino solo’’ ’’Sí, Dr. Nucho, vine como vivo…solo’’


El Dr. Nucho, se aclaró la garganta y, lo más suave y calmadamente que pudo le comunicó mientras le miraba fijamente:


’’El resultado de estos exámenes confirma mis sospechas, lamento decirle que… con lo que usted tiene…puede morir en cualquier momento’’


Papito le sostuvo la mirada, recordó su sueño recurrente, comprendió su significado y luego, lo más suave y calmadamente que pudo le contestó: ’’Usted también, doctor’’


UN FLORIDO NOVENARIO

 








Doña Pastora, la madre de Agripina, siempre repetía lo mismo: El día que yo muera no quiero flores. Eso en una tumba es sólo comida para bachacos. Flores que me vayan a dar, dénmelas ahorita que es cuando las puedo disfrutar.


Nadie echó en falta las flores en su velorio, entierro, ni en los primeros ocho rezos del ciclo de novenarios que se acostumbraba rezar en Turisupi para pedir el eterno descanso del alma de los difuntos. Pero llegó el día del último novenario, el "medio velorio'. Se comenzaba más temprano ya que se rezarían todos los misterios del rosario, con una pausa entre uno y otro. Pausa durante las cuales se distribuiría en la primera café, en la segunda un espeso chocolate acompañado con galletas de soda y trocitos de queso. Así iba aumentando en importancia el refrigerio para concluir después de los últimos misterios con el tazón de consomé de gallina con su obligatoria guarnición de casabe.


La Sra. Paula, la rezandera, ya les había comunicado que a los misterios dolorosos, gozosos y gloriosos agregaría, además los misterios luminosos ideados por el Papa San Juan Pablo II. El medio velorio se rezaría en casa de Agripina, la hija mayor, quien deseaba que fuera perfecto.


Esta vez pasó por alto las indicaciones de su madre con respecto a las flores y tomó de su jardín las bellísimas Bastón de San José que se le daban tan bien, las cadenas dobles y las rosas bebés que cultivaba. Porque hay que decir que Agripina tenía el jardín mejor cuidado del pueblo, y el mismo era una verdadera atracción para todo amante de las flores, teniendo en el mismo, además de las especies ya mencionadas orquídeas, aves del paraíso, begonias, lirios, crisantemos, dama de noche o flor de baile y ¡Pare usted de contar!


Esa noche la velada de los rezos se realizó entre pétalos y las fragancias de las flores que competían con el olor de los alimentos repartidos y las mechas quemadas y las espermas derretidas provenientes del altar de nueve escalones que ocupaba lugar privilegiado en la sala.

La Chunga, hermana menor de Agripina, al ver el salón tan "florecido" se acercó a Agripina y comenzó:


Agri, tú sabes que mamá no quería...


¡Cállate!


La mirada feroz de Agripina, más que la palabra espetada o la inflexión de la misma, disuadieron a la Chunga de continuar. Se mantuvo a huraña distancia de su hermana, no quiso probar bocado alguno (aún cuando todos los ingredientes los habían comprado a medias, "miti-miti" o "fifty-fifty" como se decía ahora.) Apenas terminaron el último rosario, la Chunga se deslizó fuera y emprendió camino hacia su humilde morada.


Al día siguiente, apenas despertar, percibió Agripina un olor nauseabundo. El mismo provenía de todos los floreros diseminados por el salón, desde donde los pétalos marchitos y casi achicharrados expelían un mal olor impresionante. Agripina, desagradablemente sorprendida, recogió todas las hediondísimas flores en una bolsa plástica. Botó el agua de los floreros (espesa, viscosa y maloliente ) por el inodoro del baño al cual tuvo que verter luego desinfectante, cloro y hasta soda cáustica pura para disminuir el olor que, sin embargo, permaneció en forma menos intensa pero sí notoria durante seis meses más.

El Sr. Luís fue el encargado de limpiar el jardín de Agripina. Con paciencia, asco y una mascarilla de protección en su rostro, armado con su machete tuvo qué cortar todas las plantas y llevarlas luego en la carretilla río abajo, más allá de la manga de coleo, ya que la pudrición que despedían las marchitas y achicharradas flores, y las gomosas y viscosas ramas y hojas eran insoportables.


De eso hace ya cincuenta años, ya Agripina falleció, también la Chunga, pero en la solitaria casa, como testigo mudo de que "hay qué obedecer la última voluntad de un cristiano" - tal cual se dice en Turisupi -, queda un jardín lleno de abrojos y cardos, las únicas plantas que se pudieron cultivar dicho jardín después del medio velorio de Doña Pastora.


NOTA: Fotos propias, tomadas con celular Yezz

LA MATA DE PARCHITA



Fuente de la imagen: https://pixabay.com/es/photos/fruta-de-la-pasi%c3%b3n-fruta-planta-5703284/

La Sra. Gloria recibe huraña a la nueva empleada que sus hijos han acordado pagar entre todos para que le haga la limpieza de la casa, se encargue de cocinar, lavar, planchar y estar atenta al horario en que deben tomar sus medicinas tanto ella como su hijo esquizofrénico. La empleada anterior se retiró luego de que Leandro la persiguiera tratando de romperle una silla en la cabeza mientras gritaba “quién es esta desconocida intrusa” y qué hacía allí, el mismo día que cumplía un mes en el empleo.

Habían acordado que el pago sería mensual y ella estuvo por espacio de tres meses yendo una vez a la semana a cobrar, pero sólo logró que su esposo la regañara y le dijera que dejara eso así ya que "total, allá arriba hay un Dios que para abajo ve"


La nueva empleada comenzó a trabajar con el entusiasmo que se pone cuando de agarrarse de un clavo ardiente se trata. Contenta con sus tres comidas diarias no reparó en la gran diferencia entre lo que comían los señores y lo que le tocaba a ella ya que el lugar destinado para el momento de su alimentación era bajo la troja de la mata de parchita, donde sentada en un cajón de madera comía agradecida las sobras que quedarán del día anterior.


Eficiente, incansable, amable, paciente. Asumió su labor con el fervor con que se asume un apostolado. La Sra.Gloria pidió a su hijo la contratara para acompañarla por las noches "por si acaso le daba algo". Ella aceptó.


Por timidez no preguntó en cuánto de incrementaría su pago y Don Romualdo consideró por su cuenta que no debía haber incremento alguno ya que, tomando en cuenta que ahora no sólo comería sino también dormiría allí, casi que le tocaría a ella más bien pagar por alojamiento y manutención.


Domitila era una vecina "iglesiera", de esas que en el pueblo llamaban "biátas" por desconocer la palabra "beatas". Condolida de la vejez de la Sra. Gloria, de todos los trabajos que ella le contaba había pasado en su niñez de orfandad y penurias, consideraba un premio de Dios para ella la holgura económica en que ahora se encontraba y la visitaba fielmente todas las tardes para leerle el evangelio de la Misa del dìa y rezar un misterio del rosario.


Ya la Sra.Gloria le había aclarado que más de uno era demasiado para ella y prefería conversar.


Domitila la ayudaba a llegar con su andadera bajo la troja de la mata de parchita y allí se celebraba la tertulia.


Domitila era observadora y notó el cambio de la animosa Cilia que conocía, a esta ojerosa y de paso cansino.


,Quiso ayudarla a ver si podía colaborarle en algo:


“Pasa que llevo varias noches sin dormir... doña Gloria no me deja. Pregúntele para que vea”.

A su pregunta la seca respuesta fue:


“Mis hijos le pagan para que me acompañe por las noches... No le pagan para que venga a dormir... Tiene qué trabajar, siempre hay cosas qué hacer”.

-“ Sra. Gloria, ya Cilia les hace los oficios de día, de noche es para que esté pendiente si usted llega a sentirse mal o si le toca algún tratamiento de madrugada, pero mire lo ojerosa que está esa muchacha, o se le va a ir o se le va a enfermar y nadie más va a venir a trabajarle en esas condiciones. Además, el pago nocturno es más alto, ustedes le pagan muy poco, con eso no se hace ni un mercadito”.


-“¿Qué mercadito de va a hacer si come aquí? !Y cómo "jarta"! Deja esos platos pelados que a veces creo que hasta les pasa la lengua, no deja ni un poquito siquiera por cumplimiento”.


“Hasta quedará falla es que es. Y no dice nada por pena”.

“Pues bien que no le da pena tragar”.

Por debajo de cuerda Domitila le consiguió otro trabajo a Cilia y ella misma se fue alejando de casa de la Sra. Gloria a cuya casa, luego de ser asistida por todas las damas del pueblo que trabajaban como domésticas, no se acercó nadie más. El hijo esquizofrénico fue internado en una casa de reposo, las nueras tuvieron que turnarse para atender "a distancia," las necesidades de la señora. Le mandaban con los hijos la comida ya hecha, la ropa la lavaba una en su casa y la planchaba la otra en la suya ( No ellas en realidad sino sus respectivas empleadas). Ellas no se aparecían por allí porque hacía años que la Sra. Gloria las había corrido acusándolas de haberle quitado a sus hijos.

La casa se fue llenando de polvo y telarañas mientras la Sra. Rosa, ya sin la visita de Domitila, se iba todas las tardes a hablar sola bajo la troja de la mata de parchita.


El día que, al llegar el hijo mayor a traerle la cena, le extrañó que a esa hora aún estuviera su madre en el patio trasero

cuentan que se amoscó al verla inmóvil, rígida por llevar ya varias horas muerta, y aún asegura a quien le quiera escuchar que oyó los murmullos de la mata de parchita - como si no notara que ya había fallecido - dándole un sermón acerca de la soberbia.

QUÉ PÉRDIDA DE GLAMOUR





Se podría decir, sin temor a exagerar, que Aranxa era la mujer más refinada de Turisupi. Nunca había salido del pequeño caserío, sin embargo, había traído de cuna una distinción innata que expresaba en sus gestos, en su manera de hablar y hasta en su estilo para caminar.


Su voz, de modulaciones suaves, era acompañada por un léxico que había ido refinando con el tiempo, con buenas lecturas de autores clásicos.


Todo esto lo notaban todos y lo sabía la misma Aranxa quien, interiormente, cultivaba la secreta teoría de que en su encarnación anterior debía haber sido parte de alguna familia real, y que por algún devaneo, su karma la había hecho nacer en este poblado minúsculo y - para ella - gris.


Acariciaba la idea de que, en algún momento, un golpe de suerte la haría llegar al nivel que se merecía y, mientras tanto, vivía en su bucólico poblado acompañando sus lecturas clásicas con novelas ligeras de la autora Bárbara Cartland de mano de la cual recorría elegantes castillos en compañía de condes, duques y marqueses.


Trabajaba como Secretaria de Crédito en una entidad bancaria ubicada en Guyana y su prestancia y donaire la hacían aparentar más ser la gerente que una simple secretaria.


Un día, al bajar del autobús que la llevaba a diario a una cuadra de distancia de la agencia del Banco, se detuvo un momento en una panadería. Ese día había salido con retraso de casa y no había tenido tiempo de desayunar. Así que solicitó un yogurt con duraznos y unas galletitas de soda. No había nada de esto... Sólo unas grasientas arepas rellenas de caraotas negras, chicharronada o chinchurria. Hizo un mohín despectivo y, como única opción, prefirió tomar un "Tres en uno", batido de jugo de naranja mezclado con zumos de zanahoria y remolacha.


La vergüenza que pasó después se la adjudicó rencorosamente y, durante mucho tiempo a los efectos de este jugo.


Casi al entrar a la oficina sintió necesidad imperiosa de ir al baño, acompañada por un extraño dolor de estómago. En cinco años en la oficina nunca había tenido la necesidad de utilizar ese sanitario que consideraba ubicado con muy mal gusto en todo el frente del escritorio del Gerente, el Sr. Zambrano.


Entró en el baño y se sentó en la taza sanitaria. Al momento evacuó con un sonido fuerte, gorgoreante, que supuso había sido escuchado claramente por el Sr. Zambrano.


Sintió que parte de lo evacuado no terminaba de separarse de su cuerpo sino que permanecía suspendido en el aire. Con repugnancia tomó suficiente papel higiénico para realizar la operación de tomar esta parte de sus heces y arrojarla en la taza sanitaria, pero lo que palpó era algo gomoso y alargado. Entró en pánico, pensando "Se me están saliendo los intestinos"

Comenzó a gritar horrorizada, totalmente fuera de control, llena de pánico.


El Sr. Zambrano llamó a la subgerente de Personal: "María, anda a ver qué le pasa a Aranxa, parece que la poceta se la está tragando"


La Sra. María tocó a la puerta alarmada al escuchar los gritos y el llanto de Aranxa : "Hey , ¿Qué pasa ahí?" "Señora María algo me cuelga,ay, ay, creo que se me están saliendo los intestinos, es algo gomoso, delgado, alargado"


La Sra. María abrió la puerta. Aranxa era un manojo de nervios y desesperación.

"Oye ¿No será una lombriz?"

"Ay, no se, no se"

Aranxa lloraba ahora a moco suelto.

"Voltéate para ver"

Aranxa, olvidada por completo de todo pudor, recato y comedimiento se dio la vuelta.

La Sra. María grito:

"Ay, sí, es una lombriz" Y arrancó a correr, dejando a una Aranxa llorosa a más no poder.


La Sra. María fue donde Ana Sayago, la secretaria de crédito, quien tenía dos hijos lo cual la hacía, según su modo de ver, candidata de tener alguna experiencia en lombrices.

"Ana, por favor, ve al baño, Aranxa tiene una emergencia, necesita tu ayuda" Antes que Ana fuese a tener tiempo de preguntarle algo, ya la Sra. María Carpio se había encerrado en su oficina.


A estas alturas del partido Aranxa lloraba "¡Me voy a morir! ¡Ay, ay, ay!"

Ana entró "¿Qué te pasa?"

"Estaba evacuando y me salió una lombriz, está colgada allí, no hallo qué hacer"

"Toma un poco de papel toilette, sujétala y hálala...no te va a doler...tranquila"


Aranxa hizo lo que Ana le aconsejaba, pero cuando la haló, la malvada lombriz...¡Se rompió! Instintivamente tomó de inmediato el otro pedazo colgante que se deslizó afuera con facilidad mientras goteaba un líquido viscoso.

"Por favor, Ana, no le cuentes a nadie esto, qué vergüenza, qué vergüenza"

"Tranquila. Mira, me voy, estoy atendiendo un cliente"


Aranxa quería morirse de la pena, ahora recordaba con claridad cómo había expuesto sus glúteos a la mirada inquisidora de María Carpio.

Se lavó las manos cuidadosamente, la cara, se pasó los dedos por el cabello y salió del baño. Apenas pasó el área frente al escritorio del Sr. Zambrano e ingresó en la oficina bancaria propiamente dicha, todos sus compañeros voltearon a mirarla con cara de festejo y se dio cuenta que Ana o María habían regado la voz demasiado rápido.


Aranxa recordará siempre este día como el de su mayor bochorno, y su corolario fue que al llegar a casa , su madre le tenía preparado para la comida, un plato de espaguetis con salsa de tomate casera y queso rallado, acompañado por bistéc y tajadas de plátanos fritas, su plato preferido. Pero los espaguetis se le antojaban ser tantas otras lombrices y con mucho asco le fue imposible comer.


"SEIS PIES Y ALGUNAS PULGADAS"

 



Esta es la bodega de la Sra. Gumersinda o "Doña Gume" como es más conocida por todos.

Doña Gumersinda era una matrona muy respetada en Turisupi Viuda, con ocho hijos del matrimonio más una niña que le criara a su esposo, se ayudaba con lo que se vendía en la bodega para el sustento diario.


Normalmente encargaba la bodega a uno de sus dos hijos mayores (Nicolás o Alejandro), pero, a partir del día en que se fueron de aprendices a un taller de zapatería encargó al menor, Marcelino. El resto eran hembras y ella decía: "Mujé' que atiende bodega se pone lavá' " Y ese "lavá' " tenía la connotación de pérdida del recato, la ingenuidad y "esa cierta timidez que no debe faltar en la mujer".


Encargarse Marcelino de la bodega y descender las ventas totalmente fue todo una.

No le pasaba por la cabeza a Doña Gume que fuera él causante de alguna manera de este fenómeno, más bien se lo adjudicó a que, por envidia, le hubiesen "echado un daño".


Así que se fue a casa de la Sra. Cruz a averiguar la dirección del curioso que la había curado cuando el lío de los gusanos rojos.


Después del reglamentario cafecito, la Sra. Cruz la escuchó pacientemente.


image.pngMire, doña Gume, esa dirección no se la voy a dar porque mi nueva religión me prohíbe practicar o recomendar esas cosas. Pero usted no necesita eso...Le voy a dar un consejito... Cuando su muchacho esté atendiendo el negocio... Móntele cacería, vigílelo por la rendijita de la puerta a ver qué pasa


image.png¿Por qué me dice eso, Sra. Cruz, ha escuchado usted algo? ¡Si usted misma ha sido una de las que han dejado de ir a mí bodega! ¿Por qué?


image.pngMire, cuando fueron unos a preguntarle a nuestro Señor dónde vivía, Él les dijo "Vengan y vean". Vaya, pues, usted, y vea. Aunque...mire, como tal como usted me acaba de contar ya no va nadie a su bodega... Mejor hacemos una cosa: A las 3:30 exactamente yo entro en la bodega y usted se asoma por la "endijita ", como le dije. Pero, lógicamente, no le comente nada usted al chico.


Así convinieron y así hicieron.


A las 3:15 estaba ya Doña Gume asomada por la rendija de la puerta que daba a la bodega.


3:30 Entra la Sra. Rosa


-Buenas tardes.


Con voz fastidiada, Marcelino contestó...


-¿Qué quiere?

-Un kilo de azúcar.


-Donde el Sr. Eleobaldo venden azúcar, vaya para allá que estoy ocupado.


Muy molesta Doña Gume abrió la puerta de comunicación entre la casa y la bodega inquiriendo con fuerte voz que le temblaba de la rabia:

-¿Ocupado en qué?


Pasaba que desde la mirilla de la puerta no lo podía visualizar pero sí había escuchado todo perfectamente.

Pero ahora sį se presentaba a su vista, en la mano derecha de Marcelino, el motivo de su ocupación.

Sentado, con la silla en posición inclinada recostada de la pared, las piernas en alto con los pies cruzados sobre el mostrador, mantenía sujeta de la mano derecha una novelita de vaqueros, del célebre Marcial Lafuente Estefanía



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...y en ese momento estaba Marcelino ocupadísimo, pues el protagonista (Alan, amigo de Mike y Steve) quien medía (Como todos los héroes creados por dicho autor) "seis pies y algunas pulgadas" se batía justamente en ese momento a tiros con una banda de forajidos, estando en una situación muy difícil y él estaba demasiado interesado en lo que ocurría allí para perder su tiempo despachando una azúcar que muy bien podía ser comprada donde el Sr. Eleobaldo, a solo dos cuadras.

EL BEBÉ MONSTRUO

 



Josefina "echó una barriga grandísima en ese embarazo" - según contaba doña Ofelia, su madre.

Cuando le tocó dar a luz, se dirigió al hopital "Dr. José Gregorio Hernández", el pequeño pero confortable servicio de salud de Turisupi. Tuvo gran dificultad ya que el bebé era muy grande y ella no dilataba lo suficiente. El médico de guardia le decía que caminara y caminara para acelerar el proceso.

Hubo cambio de guardia, le correspondió el turno a la Dra. Niufrányeli. Josefina tenía 21 años y era este su tercer hijo, pero su aspecto enjuto y su faz juvenil la hacían parecer como de 15 años. A la Dra. "Niú", como acostumbraban llamarla, le llamó la atención esta niña que con expresión de desespero y silenciosas lágrimas caminaba de un extremo al otro del pasillo. La doctora había llegado media hora antes del tiempo en que se había comprometido a realizar una cesárea. Por intuición tal vez, percibió que algo iba mal, examinó a Josefina y de inmediato pidió a las enfermeras le prepararan a la chica para una cesárea y dijo a la paciente que aguardaba por ella: -"Me disculpas, pero tú puedes esperar, esta es una operación de emergencia. Tiene al niño encajado y no puede parir".

Fue una intervención quirúrgica contra reloj, el bebé nació todo morado. De haber esperado 10 minutos más habría muerto él, con toda certeza, y, posiblemente también la madre.


Yovanis fue el nombre que recibió la criatura. Midió 69 cm y pesó 6.890 Kg. casi los 7 kilos. Tenía un cabello negrísimo lacio, espeso, que le llegaba a los hombros. Todo el cuerpo cubierto de una hirsuta vellosidad y su barbilla cubierta por una cerrada barba. El neonatólogo del hospital le mando a realizar unos exámenes específicos que no hacían en el único laboratorio clínico de Turisupi. Le explicó a la madre que, aparte de su descomunal tamaño, tenía una extraña patología cardíaca.


Josefina llegó a casa con su mole en brazos. Ese día se apersonó en su vivienda un equipo integrado por siete médicos, solicitando les entregara al bebé para realizarle en la universidad unos "estudios experimentales". Portaban un formato que le pidieron firmara. En el mismo renunciaba de una vez y para siempre al bebé.


"No ¿Están locos? ¿Me lo quieren matar con sus experimentos raros?"


"De todas formas se le va a morir, señora, y lo que aprendamos con él servirá para salvar la vida de otros niños".


"Si se va a morir que sea aquí, en su casa, con su familia. Que yo sepa cómo murió y dónde lo enterré".

Y los echó fuera con cajas destempladas.

Luego le contó todo a Coiza, el padre de la criatura, quien, en el patio trasero, fabricaba una cuna con madera de los cajones de manzanas, pues Yovanis no cabía en la que le regalara su madrina Gloria.



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La solidaridad era un común denominador en Turisupi y pronto Yovanis tuvo ropa, ya que estaba acostado en su nueva cuna con un pañal terciado al hombro cual túnica pues toda la ropita a él destinada le quedaba demasiado chica.

El desfile era continuo: una vecina le llevaba una casaca, otra un par de medias, aquella un paquete de pañales Curity XL.

La consigna era "Vamos a ver el monstruo de Josefina", y no se debía llegar con las manos vacías.

En la medida que Yovanis iba creciendo fue también perdiendo el hirsuto vello que cubría su cuerpo. La barba la mantenía "a raya" con el afeitado semanal.

El herrero se encargaba de mantenerle el cabello cortísimo ya que las tijeras del barbero nada podían hacer con esos pelos duros como el alambre.

Fue bajando de peso, hasta alcanzar el correspondiente a su estatura y era musculoso, pura fibra, fruto de su práctica de la "Tensión Dinámica de Charles Atlas" Tuvo un ritmo de crecimiento normal y así era su aspecto, aunque nunca perdió el mote de "monstruo" que le endilgaran de bebé.


Dotado de una inteligencia brillante terminó el Bachillerato dos años antes de lo común y trabajaba como secretario en un bufete en Guyana mientras estudiaba Derecho en una universidad privada ubicada apenas a dos cuadras de su trabajo.

Su cabello "de alambre" no fue impedimento para que tuviera éxito tanto con las chicas como con las no tan chicas, a las que conquistaba con una labia certera y una galantería encantadora.

Josefina, su madre, notaba con preocupación su predilección por las mujeres ajenas y le insistía:

-"Hijo, para qué buscar ganarte un tiro, una puñalada o un machetazo y perder la vida por galantear a una mujer comprometida habiendo tantas mujeres libres"


"La universidad es cara, mamá" - Respondía él con descaro - " y las mujeres casadas más económicas. No me piden obsequios caros sino los que puedan hacer creer al marido que se compraron con el dinero del diario"

En el mes de mayo de 1945, intempestivamente huyó de Turisupi y nunca más se supo de él.

Su partida está íntimamente relacionada con el hecho de que ese mes todas las parturientas que dieron a luz en Turisupi, tanto las casadas como las madres solteras, parieron bebés enormes, de cabello negrísimo lacio, espeso, que les llegaba a los hombros. También tenían todos los recién nacidos el cuerpo cubierto de una hirsuta vellosidad y ostentaban una cerrada barba. Además, aparte de su descomunal tamaño, nacieron con una extraña patología cardíaca.

LA TULA

  Fuente de la imagen: https://hive.blog/hive-181964/@luisfe/el-gran-saman-the-great-saman Son las cinco de la tarde y allá va Doña Servidea...